No dejes a tu amigo ni al amigo de tu padre, ni vayas a la casa de tu hermano en el día de tu aflicción: mejor es un vecino cerca que un hermano lejos.
Al contrario, santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros.