- Que te conceda lo que tu corazón desea;
que haga que se cumplan todos tus planes. - A cambio de ti entregaré hombres;
¡a cambio de tu vida entregaré pueblos!
Porque te amo y eres ante mis ojos
precioso y digno de honra. - Aleja de tu corazón el enojo, y echa fuera de tu ser la maldad, porque confiar en la juventud y en la flor de la vida es un absurdo.
- Oh Dios, tú eres mi Dios;
yo te busco intensamente.
Mi alma tiene sed de ti;
todo mi ser te anhela,
cual tierra seca, extenuada y sedienta. - Desde antes que nacieran los montes
y que crearas la tierra y el mundo,
desde los tiempos antiguos
y hasta los tiempos postreros,
tú eres Dios. - Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra ella.
- Tu palabra es una lámpara a mis pies;
es una luz en mi sendero. - Y ahora, Israel, ¿qué te pide el Señor tu Dios? Simplemente que le temas y andes en todos sus caminos, que lo ames y le sirvas con todo tu corazón y con toda tu alma, y que cumplas los mandamientos y los preceptos que hoy te manda cumplir, para que te vaya bien.
- No permitirá que tu pie resbale;
jamás duerme el que te cuida. - El segundo se parece a este: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.
- Acuérdate del sábado, para consagrarlo. Trabaja seis días, y haz en ellos todo lo que tengas que hacer, pero el día séptimo será un día de reposo para honrar al Señor tu Dios. No hagas en ese día ningún trabajo, ni tampoco tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tus animales, ni tampoco los extranjeros que vivan en tus ciudades. Acuérdate de que en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, y que descansó el séptimo día. Por eso el Señor bendijo y consagró el día de reposo.
- Que tu gran amor, Señor, nos acompañe,
tal como lo esperamos de ti. - Te exaltaré, mi Dios y rey;
por siempre bendeciré tu nombre. - ¿Cómo puede el joven llevar una vida íntegra?
Viviendo conforme a tu palabra. - No codicies la casa de tu prójimo: No codicies su esposa, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su burro, ni nada que le pertenezca.
- ¡Levántate, Señor!
¡Levanta, oh Dios, tu brazo!
¡No te olvides de los indefensos! - Tú, oh Dios, nos has puesto a prueba;
nos has purificado como a la plata. - Quiero alegrarme y regocijarme en ti,
y cantar salmos a tu nombre, oh Altísimo. - Los que aman tu ley disfrutan de gran bienestar,
y nada los hace tropezar. - No bien decía: «Mis pies resbalan»,
cuando ya tu amor, Señor, venía en mi ayuda. - ¿Por qué te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no le das importancia a la viga que está en el tuyo?
- Así que tú, hijo mío, fortalécete por la gracia que tenemos en Cristo Jesús.
- Tú, en cambio, predica lo que está de acuerdo con la sana doctrina.
- Hijo mío, si tu corazón es sabio,
también mi corazón se regocijará. - Guía mis pasos conforme a tu promesa;
no dejes que me domine la iniquidad.